En una estancia cercana a la localidad de Recreo, provincia de Catamarca, el 7 de marzo de 1995 fueron incautados 1.030 kilos de cocaína, recién arribados desde Colombia. Entre rumores de que la droga secuestrada era bastante mayor, dos años después los detenidos en la operación recibieron condenas de seis a doce años.
Eran la mañana del 7 de marzo de 1995 cuando un grupo de la Bonaerense plantó bandera en el desolado paisaje catamarqueño para coronar lo que fue vendido como el mayor operativo antidroga de la historia policial argentina. Su cosecha: nada menos que 1.030 kilos de cocaína (según el pesaje oficial) con el águila rampante de las motocicletas Harley Davidson estampadas en los 100 paquetes capturados; era el sello del Cártel de Cali.
Aquel preciado tesoro estaba junto a una pista clandestina, donde aún permanecía el avión utilizado para recorrer sin escalas –y con capacidad para reabastecerse de combustible en pleno vuelo– los seis mil kilómetros que hay entre la localidad colombiana de Leticia y la estancia Los Ucles, muy próxima al pueblo de Recreo, en el noreste de Catamarca.
Horas antes había sido allanada una casona de Ascochinga, en Córdoba; era la base de la banda. Allí cayeron diez colombianos, además de secuestrarse equipos de comunicación, un arsenal y un camión cisterna acondicionado para esconder ese volumen de cocaína.
El asunto recibió el criterioso nombre de “Café Blanco”.
La tierra de los Saadi fue el escenario al que se subió la plana mayor del poder bonaerense: el gobernador Eduardo Duhalde y su esposa Chiche, junto al secretario de Seguridad, Alberto Piotti, el jerarca de la mazorca provincial, Pedro Klodczyk y el juez federal Alberto Suárez Araujo. Desde Casa Rosada también hizo suya la hazaña el presidente Carlos Menem.
Pero el héroe de la jornada era un individuo rollizo y retacón, de enorme papada y voz chillona que los cronistas de policiales conocían de memoria: el comisario Mario Naldi (a) el “Ñoño”. Empapado en sudor, ancho como nunca y con una Magnum 357 colgada de la sobaquera, posaba ante las cámaras con la gestualidad de un prócer.
De su lado no se movía un hombrecito con labios estirados; era su modo de sonreír. Se trataba de su socio en tal gesta. La opinión pública aún ignoraba su nombre. Pero él, Antonio Stiuso (a) “Jaime”, ya encabezaba la Dirección de Contrainteligencia de la SIDE. Ese organismo había financiado la pesquisa.
Un instante sublime fue cuando el Ñoño, ante un tumulto de fotógrafos, conminó al jefe de la DEA en la Argentina, Terry Parham, a cambiar la gorra que llevaba puesta por otra que exhibía el escudo de la Bonaerense.La droga y los detenidos fueron transportados al día siguiente a Buenos Aires a bordo del Tango 02. Apoteótico.
Dos semanas después, Duhalde condecoró a los 22 policías que habían participado en la investigación, iniciada dos años antes a raíz de “una llamada anónima”, según el propio Naldi.Ese jueves fue también quemada la tonelada de droga en el crematorio del cementerio de la Chacarita. Duhalde presidió tal liturgia.
Cabe destacar que en aquella ocasión pasó desapercibida una maniobra de tres pícaros suboficiales de la Bonaerense.Ellos abrieron uno de los ataúdes que aguardaban turno en el sector del crematorio, y ocultaron dos kilos de droga debajo del cadáver.Los oportunistas, ante la certeza de que esa noche no podrían llevarse el botín, decidieron dejarlo allí a buen recaudo para regresar al día siguiente con alguna excusa y retirarlo. Pero todos los féretros que se encontraban en aquel lugar tenían por destino las llamas. De manera que, en la mañana del viernes, comprobaron que sus paquetitos ya eran cenizas.Desolados, volvieron al trabajo culpándose entre sí de su estupidez.
Mientras tanto, en medio de la algarabía triunfalista llamaba la atención que no hubiera una conexión local.Al respecto, el juez Suárez Araujo llegó a decir: “No está comprobada la participación de argentinos”. Naldi fue más sincero, y reconoció la existencia de un prófugo; a saber: un tal Mario Álvarez (a) “El Gallego”, cuyo domicilio –según el comisario– había sido allanado, pero con “resultados negativos”.
En compensación, sus esbirros arrestaron en la localidad santiagueña de Frías a Guillermo Sosa, un piloto del Aero Club local, cuya especialidad eran las fumigaciones. Ya entonces se comentaba su condición de “perejil”. Ambas circunstancias fueron los primeros signos de que el operativo era en realidad una puesta en escena de la dramaturgia policial. Y que Álvarez era el actor protagónico.
Lo cierto es que su lazo con Naldi se remontaba a fines de 1992, cuando éste lo recibió en su oficina siendo jefe de la Brigada de Quílmes. El visitante tenía un temita para proponerle.
El facilitador
Álvarez había sido “buchón” de la Policía Federal. Pero no uno cualquiera. Su apellido materno era Suárez de Solar, y en sus años mozos supo moverse en la paquetísima zona de San Isidro, donde se entremezclaban lacras sociales como Raúl Guglielminetti, Arquímedes Puccio o Eduardo Varela Cid con jóvenes de intachable moral como Piotti, el fiscal Jorge Sica y Martín González del Solar, quien llegó a ser abogado de la delegación local de la DEA.
Entre traiciones, viajes a Ecuador y una breve temporada carcelaria por una “defraudación”, Álvarez tuvo cuatro hijos de dos matrimonios y una etapa sin gloria en el cine, como productor de un ya olvidado largometraje. Durante un tiempo se lo vio trajinar el ambiente publicitario.
Pero las cosas se le fueron complicando. Las adicciones al alcohol y a la cocaína, junto con sus habituales derrapes, le hicieron perder credibilidad aún como alcahuete. Le costaba conseguir trabajo. A principios de los ’90 cambió la zona Norte por un departamentito de Almagro y se volcó al “bagayeo” entre Ciudad del Este y Buenos Aires. Hasta octubre de 1991, cuando cayó preso en Puerto Iguazú por “asociación ilícita” y “contrabando agravado”.
En la cárcel de Eldorado conoció a José Camargo Salamanca, un narco colombiano abandonado a su suerte por el Cártel de Cali. Aquel hombre tenía una idea fija: vengarse de sus antiguos mandantes o solo “mejicanearlos”. Y sabía con qué: un cargamento de entre dos y seis mil kilos de cocaína que el Cártel buscaba ingresar a la Argentina.El Gallego sintió que su vida daba un vuelco.
A fines de 1992, ambos recuperaron la libertad. De inmediato, Álvarez ofreció el trabajo a sus contactos habituales. Pero sin éxito, dado que los de la Federal adujeron que el asunto era demasiado costoso y tampoco se mostraron dispuestos a pagar la comisión del 10 por ciento que Álvarez exigía.
En cambio, el Ñoño agarró viaje, tras una rápida consulta a su contacto de la SIDE (léase Stiuso) para conseguir el financiamiento de la operación.Su otro amigo, el juez Suárez Araujo, se sumó a tal emprendimiento con sumo beneplácito.
Naldi comenzó a trabajar en el tema. El Café Blanco ya humeaba en su ambición.
Cuestión de peso
Álvarez gastaba alegremente los dineros de la SIDE comprando la parte de la infraestructura necesaria para la operación: campos, casas y vehículos, Claro que la nave insignia de su flota era el camión cisterna modificado.
Todo siguió como si nada hasta que, por motivos nunca establecidos, el Cártel de Cali decidió posponer los preparativos del contrabando por tiempo indeterminado. Recién retomaron el asunto en la primavera de 1994.
Naldi entonces pasó a la jefatura de Narcotráfico Norte con el propósito de abocarse exclusivamente a esta aventura.Álvarez ya vivía en la casona de Ascochinga cuando la gente del Ñoño empezó a merodear en esa ciudad y en los alrededores del campo Las Ucles.
En ese último sitio se encontraban el inspector Daniel Diamante y el cabo Antonio Gerase (quienes se harían famosos a fines de 1996 por su desaforado papel en la causa armada que tuvo por víctima a Guillermo Cóppola). Pero en esta ocasión también protagonizaron un episodio que merece ser evocado.
El comisario no soportaba a esos “Sérpicos” altaneros, indisciplinados y violentos. Por ese motivo decidió confinarlos a un puesto de vigilancia a tres kilómetros del campamento policial, Era una carpa para dos personas. Ellos se instalaron allí sin más equipaje que sus armas y algunos víveres.Desde entonces –por cuatro días– no dieron señales de vida.
Del alivio inicial por no verlos, Naldi pasó a la preocupación. Y al final mandó a dos hombres para constatar si aún estaban allí.Lo cierto es que Diamante y Gerase no habían desertado. Pero no salían de la carpa, tal vez inmersos en el efecto del polvillo blanco que atesoraban en una bolsa de nylon.
Aún así, Naldi preparaba la ofensiva final de la acción más espectacular de su carrera. Lucía bermudas verdes, una guayabera color crema y, sobre ella, la pistolera de cuero borravino. Parecía un personaje de Joseph Conrad.
Todo iba encajando con exactitud suiza. Al punto de que el desembarco de la droga coincidió con la arribo a Córdoba de Piotti y Suárez Araujo, junto con la prensa. El gran show estaba a punto de empezar.
Dicen que Álvarez fue visto esposado en la casa de Ascochinga, y que, después de ser rápidamente liberado, puso los pies en polvorosa.
La sentencia
En 1997, durante el juicio oral a los detenidos –efectuado por la Cámara Federal de San Martín– los abogados deslizaron que sus clientes no tenían una tonelada sino tres. Naldi se mostró muy ofendido por la insinuación.
Entre las mismísimas filas policiales creció con fuerza otro rumor:La cocaína de Café Blanco se vendió en los “kioscos” de La Matanza y Lomas de Zamora a muy buen precio, hasta agotar el stock.
El lote de acusados recibió condenas oscilantes entre doce y seis años de prisión. El pobre Sosa fue sobreseído.Álvarez nunca volvió a dar señales de vida.
Y el trío Naldi-Piotti-Suárez Araujo aún hoy se jactan de aquel triunfo sobre el crimen organizado.Total normalidad.Telam
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