Partamos nuestros análisis considerando algunas contestaciones leídas u oídas: “los chicos necesitan volver a las aulas para aprender y socializar”; “nuestros hijos necesitan jugar con los compañeritos”; “los jóvenes sobre todo, sin trabajo y con demasiado tiempo, corren el peligro de caer en la delincuencia y las drogas”; “está bueno volver a clases, mi compañero y yo podremos recibirnos sin perder las fiestas y el viaje de fin de curso”; “ para no hablar y vivir a lo bruto como mi vecino”; “necesitamos que vuelvan las clases, mi marido y yo trabajamos todo el día. Mis hijos los tienen hartos a sus abuelos que, para colmo, están un poco enfermos. No tengo plata para pagar a alguien que los cuide”; “no tenemos computara, tenemos un solo teléfono, y además, falta conexión”; “al final con las clases virtuales, tenemos un doble trabajo los padres”.
Del párrafo anterior podemos inferir: la escuela genera saberes, competencias sociales, evita que el tiempo libre sea ocupado en otras actividades, funciona como guardería, posibilita a los padres sin recursos suficientes tener tiempo para cumplir sus obligaciones laborales.
Podríamos agregar: transmite una determinada ideología, funciona como capital social (en la escuela pública de gestión privada se puede elegir el tipo de compañeros que serán los futuros amigos de nuestros hijos), posibilita la crítica y el desarrollo de la subjetividad, establece ritmos que después serán necesarios a la hora de trabajar (levantarse temprano, cumplir horarios, respetar directivas), crea marcos referenciales (separa lo bueno de lo malo, lo científico de lo vulgar) que se incorporan como saberes propios y que nos harán predictibles, establece gobernabilidad (si lo dice la ciencia es lo que se debe hacer), ofrece cobertura alimenticia, es un negocio rentable que debe justificarse, cuando el Estado paga casi el total de los sueldos.
En línea con lo que venimos exponiendo, genera positividades mientras nos introduce en una red de poder que se relaciona con el gobierno de nosotros mismos (mediante la incorporación de hábitos, destrezas, habilidades, discursos, rutina, ritmos, que haremos propios) y eso, a su vez, posibilita el gobierno por parte de los otros (sabemos cómo el otro piensa, por lo tanto puedo decirle lo que el otro quiere escuchar y, de ese modo, gobernarlo). De ahí una de las funciones secundarias del programa de estudio.
El ser humano está sumido en dispositivos. Nada es natural. Vive en una sociedad donde existen condicionamientos históricos. Uno no menor, es su sistema de mercado.
En pandemia covid-19 se pronosticó la irrupción inevitable de la tecnología en nuestras vidas y la necesidad de adaptarnos finalmente a las prácticas virtuales: la escuela virtual y el teletrabajo. Si pensamos el estudio como preparación para el teletrabajo, el dispositivo acorde es: “Todos en casa, frente a la computadora, en un cuarto, como la mejor manera de acostumbrarnos a un mundo con menor pérdida de tiempo en el “cara a cara”. Ni hablar, si a eso le adjuntamos las últimas afirmaciones científicas sobre el calentamiento global y la proyección de que en 20 o 30 años nos cocinaremos vivos si andamos dando vueltas tranquilamente por las calles a cualquier hora. Inundaciones, huracanes, tifones y un montón de otras posibles realidades.
Todo indicaría que se está diseñando ese futuro. Pero, por lo menos hasta ahora, el sistema tecnológico especialmente en el interior es muy precario. Y la economía todavía requiere la presencia en la calle. The New York Times titula en un artículo reciente “La educación digital es para los pobres y los estúpidos”
El mundo liberal en la Argentina encontró desde la tribuna de la oposición una crítica certera al exceso de reglamentaciones e impedimentos para circular. A través de los medios, y el discurso conocido de “la libertad”, presionó para que se volviera a “la normalidad”. Sin embargo, una cosa es ser oposición y otra responsable de gobernar. Es cierto que el ceder, siendo gobierno, no quita responsabilidades. Menos aún, se puede justificar esta acción por la cercanía de las elecciones. Pero ¿es suficiente la cantidad de vacunados? ¿La ciencia puede garantizar que nos encontramos en condiciones adecuadas para mandar a nuestrxs niñxs a clases presenciales? En definitiva, ¿qué ha generado el cambio, por qué hemos vuelto a clase?
Hoy la urgencia de volver clases no tiene que ver con las indicaciones de la ciencia, sino con un dispositivo de poder socioeconómico que requiere de la participación real de los trabajadores moviendo la economía en la calle, con una prensa que presiona apoyando la posición opositora de retorno a “la normalidad”, con ciudadanos agotados del encierro, etc. En definitiva, el volver a clases presenciales, requiere de la urgencia de la solución de estos conflictos para no perder gobernabilidad.
Queda en evidencia en estos casos, el papel subalterno de la ciencia a los negocios, a los intereses financieros y a la política.
No nos olvidemos que en este nuevo experimento, estamos poniendo en las aulas el cuerpo de nuestros niños. Hasta ayer sábado en Catamarca, en contrapartida, se restringía la circulación hasta media noche. Desde hoy hasta las 2 de la mañana. ¿Cuál es el sentido médico de estas habilitaciones o restricciones?
*Por Guillermo J. Burckwardt*Psicólogo
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