El andalgalense que enloquece a los porteños con sus empanadas


«En Argentina lo que más se come son empanadas y asado. Pero puntualmente en el norte se comen más empanadas porque te las sirven como entrada», afirma enfáticamente Rodolfo, que no quiere revelar su apellido. Es catamarqueño y es el dueño de La Cocina, un legendario negocio de empanadas ubicado en el primer subsuelo de la Galería Boston, en Florida 142, pleno microcentro porteño.

Sus empanadas han cosechado fanáticos con el correr de los años y al mediodía se pueden ver largas filas de oficinistas y bancarios que salen a proveerse el almuerzo o se sientan en algunas mesas de mármol que tiene el local. «Son las mejores empanadas de carne porque vienen con papa y tienen esa masa especial que las hace únicas», asegura un cliente mientras espera. «Siempre me llevo las de verdura porque me recuerdan a la tarta pascualina que hacía mi mamá», agrega otro.

Los orígenes andalgalenses

Rodolfo, a quien todos conocen como «Locho», nació en 1945 en la ciudad catamarqueña de Andalgalá, un lugar al que le guarda un cariño especial y donde tiene una casa a la que va de vacaciones. «Estoy recién llegado de mis vacaciones. La mitad de mi familia reside allí. Ese lugar es hermoso y la casa es un sueño», remarca.


Su familia es de origen sueco y su padre, Alberto, fue un gran amante de la cocina. En un comienzo, tuvo una heladería artesanal, donde Rodolfo, de chico, lo ayudaba con la clientela. Luego se fundió y empezó a incursionar en el mundo las empanadas. «Yo era el único de los cinco hermanos que ayudaba a mi papá y con él aprendí», reconoce Rodolfo. Con el tiempo, se mudaron a Buenos Aires y abrieron el primer negocio en Olivos, que fue muy exitoso desde sus primeros días.

Al promediar sus 20 años, Rodolfo, que estaba ávido de nuevas experiencias, se fue a la ciudad de Nueva York. Allí trabajó más de diez años en el glamoroso restaurante Rainbow Room, ubicado en el piso 65 de 30 Rockefeller Plaza, en el Rockefeller Center.

Allí cuenta que aprendió muchísimo y que fue siempre muy bien ponderado, le sirvió hamburguesas a la familia Rockefeller y hasta le organizaron una fiesta cuando, en una oportunidad, fueron su madre y su padre a visitarlo. Sin embargo, después de unos años volvió a Buenos Aires, debido a que extrañaba mucho a su familia.

En 1975 Rodolfo abrió su primer local de empanadas en Arenales 3721, en el barrio porteño de Palermo. A los años, el negocio se mudó a Avenida Pueyrredón 1508, donde actualmente continúa funcionando una sucursal, y muy poco tiempo después inauguraron el local de la de la Galería Boston. El local es pequeño, modesto, familiar y se encuentra decorado con objetos antiguos. Cuenta con una barra y un horno a gas y afuera hay distribuidas algunas mesas de mármol con sillas y servilletas de las que no secan. «La decoración es otra de mis pasiones. Me gusta la escenografía y la arquitectura. En el Rainbow Room también me encargaba de la ambientación del restaurante y acá tuve una casa de antigüedades que funcionó durante 40 años. Estaba ubicada en Paraguay 1514 y la atendía una de mis hermanas», relata.

Rodolfo es también un fanático de Cuba. Cuenta que viajó muchas veces a la isla caribeña y de allí trajo muchos objetos antiguos. Los delantales que utilizan los empleados los trajo del bar Floridita, famoso por ser el lugar elegido por Ernest Hemingway para tomar daiquiri. «Cuba es mi lugar en el mundo», afirma con una sonrisa. Los gustos de las empanadas de La Cocina son: carne suave; carne picante; pollo; queso y cebolla; ricota y jamón; choclo; pascualina; y, la estrella de la casa, «pikachu».


«Estas últimas son un invento mío y son las que más se venden. Son redondas y tienen queso, cebolla dulce y picante, son un verdadero manjar. Las de carne traen papa porque son catamarqueñas, las de choclo son dulzonas y las de pascualina son como una tarta pascualina, pero en chiquito», describe. Todas las empanadas tienen un relleno generoso y su masa es elaborada artesanalmente con ingredientes que le dan un color amarillento muy característico. Ante la pregunta de cómo está hecha, la respuesta inmediata es: «se trata de un secreto que no podemos develar». Las empanadas son elaboradas en un local ubicado en el barrio de San Telmo, a puertas cerradas, y desde allí reparten la mercadería hacia el local de Pueyrredón y el de la calle Florida. «Acá solo las horneamos y las despachamos», acota.

Rodolfo es un apasionado de su trabajo, muy meticuloso y detallista. «Este es un producto muy cuidado. Yo voy probando las empanadas para asegurarme de que salgan bien. Cuando largué las pikachu las íbamos probando día a día hasta que salió la empanada que nos parecía riquísima», rememora. ¿Un detalle? Las empanadas las entregan en papel atadas con un piolín, pero sin bolsa para que no se humedezcan.

Otra estrella del local es el locro, que realizan desde mayo hasta septiembre. Rodolfo cuenta que en invierno se arman dos filas: una para empanadas y otra para el locro y que para las fechas patrias «se llena de gente» que quiere tener su porción asegurada. Los que atienen el negocio son dos sobrinos y otros dos empleados que «son también parte de la familia». En la fábrica de San Telmo trabaja uno de los hijos de Rodolfo, que promete continuar con el legado de las empanadas.


También ofrecen dos postres: «hacemos el flan casero más rico de Buenos aires y una tarta de manzana exquisita», asegura. La sucursal del microcentro es conocida por aglutinar oficinistas que suelen saludar a Rodolfo por su nombre. «Viene gente todos los días, pero los viernes se llena», admite. «Hace pocos días vinieron de la embajada de Japón y se presentaron uno por uno». Locho dice que las empanadas se comen durante todo el año, pero que la demanda suele «explotar» para el día del padre: «El año pasado, en la sucursal de Pueyrredón se armaron cuatro cuadras de fila. Yo iba saludando a todo el mundo porque son todos clientes de hace muchos años. Me dio mucha emoción ver todo eso».

La sucursal del microcentro funciona de lunes a viernes de 11 a 16 horas y la de avenida Pueyrredón de lunes a sábados de 11 a 16 y de 19 a 23 horas. «En un día exitoso, se pueden vender miles de empanadas entre ambas sucursales. La gente agradece mucho este lugar, les gustan mucho. Son muy ricas y no hay otras iguales», concluye.

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