Inundación de 1915 en el Fuerte de Andalgalá: La Tragedia que marcó una época


El 18 de diciembre de 1915, en una noche tranquila de Andalgalá, un estruendo ensordecedor rompió el silencio. El agua, despiadada e imparable, descendió con furia desde las alturas, arrastrando todo a su paso. Casas, cultivos y caminos fueron devorados por la crecida, mientras la población, aún adormecida, apenas tenía tiempo de reaccionar. Para muchos, la única advertencia fue el estruendo de las estructuras desmoronándose y los gritos desesperados de quienes intentaban salvarse.

Las crónicas de la época describen la tragedia con detalles estremecedores. La semana previa al desastre, la temperatura ambiental era sofocante. El 17 de diciembre, un fuerte viento zonda azotó la región, saturando el ambiente de tierra y pareciendo anunciar la inminente tragedia.

Aquella noche lluviosa se produjo la primera creciente, que derrumbó la vivienda del viticultor Alfredo Cléreci. Este poseía propiedades tanto en el distrito Plaza como en Mallí, por lo que se presume que la vivienda afectada estaba en esta última localidad. La noche siguiente, la intensidad de la lluvia aumentó, alcanzando un registro de 166 mm.

A las 2:00 a. m., el río se desbordó con un volumen de agua 2.000 veces superior a su caudal habitual, que normalmente es de 0,7 m³ por segundo. Desde ese momento y hasta el amanecer, Andalgalá quedó irreconocible. El desastre no solo cobró numerosas vidas humanas, sino que también destruyó infraestructuras edilicias y paralizó las vías de transporte, afectando tanto el tráfico interno como las conexiones ferroviarias y telegráficas. 


La magnitud de la catástrofe fue tal que, al amanecer, el pueblo despertó entre ruinas y lodo. Familias enteras quedaron sin hogar, pequeños productores vieron sus tierras devastadas y la incertidumbre se apoderó de la comunidad. En total, la tragedia cobró la vida de 15 personas dentro de la población urbana. En cuanto al campamento de los trabajadores de Irrigación, de acuerdo a fuentes periodísticas desaparecieron 25 obreros, pero de estos hasta ahora no se encuentran datos en los registros oficiales que permitan determinar sus nombres. Entre las víctimas se encontraban miembros de familias que llevaban generaciones en la región.

Los Galian, Monasterio y López: familias marcadas por la tragedia

La genealogía de los Galian en Andalgalá la encontramos con Manuel Raulín Galian, nacido el 23 de mayo de 1851 y bautizado el 27 del mismo mes, según el Libro de Bautismo N° 2, Folio 85. Su vida estuvo marcada por el trabajo en la minería y el comercio, hasta que en 1878 contrajo matrimonio con Simona Díaz, con quien formó una numerosa familia.

Uno de sus hijos, Raulín Jesús Galian, sufrió en carne propia la tragedia de 1915. Casado con María Gregoria García el 9 de noviembre de 1912, el matrimonio ya había experimentado el dolor de perder a sus hijas Ana María en 1914 y Juana del Carmen en noviembre de 1915. Sin embargo, otra desgracia llegó en la fatídica noche del 18 de diciembre de ese mismo año, cuando la fuerza del agua arrasó su hogar, llevándose la vida de su pequeña Manuela Galian, de apenas cuatro años.Lo que hace aún más intrigante a este episodio es la incertidumbre en los registros: el nombre de Manuela no aparece en los archivos parroquiales desde 1906 a 1914. Un caso similar es de su hermana Luisa García, de 14 años, quien en el Registro Civil figura como «hija de Gregoria García y N.N.» por su edad fue hija natural de Gregoria antes que se casara con Raulín en 1912 y la niña nació en 1901, pero no hay registros documentales. Su existencia solo se confirma en la trágica mención en el acta N° 125 del Registro Civil.

Otra víctima de la tragedia fue Pedro Galian nacido en 1890, hermano de Raulín Jesús. A sus 25 años Pedro, había contraído matrimonio con Mercedes Manjón el 27 de febrero de 1915, según el Libro de Matrimonio N° 9, Folio 99, Acta N° 124. Apenas nueve meses y tres semanas después de su boda, la inundación los encontró en su hogar, donde ambos perecieron ahogados en la oscuridad de la noche. 

La familia Monasterio también sufrió pérdidas irreparables. Daniela Monasterio, de 40 años soltera, figura en el Libro N° 4, Folio 117 del Registro Civil. Mientras que Angélica Monasterio Valdez, de apenas cuatro años, hija de Dolores Monasterio aparece en el Folio 119 del mismo libro. Un registro parroquial en el Libro de Defunciones, Folio 82 amplía detalles de su ubicación y la identidad del padre: "En la plaza, en casa de Benito Valdez, el 18 de diciembre de 1915, murió ahogada."

Don Segundo López, de profesión zapatero, contrajo matrimonio con Maclovia Chumba el 4 de marzo de 1889. Sus descendientes también fueron víctimas de la tragedia. Su nieto, Ramón Atanasio López, de cuatro años, falleció en la inundación, según el Libro N° 14 de Defunciones de la Parroquia, Folio 82, y el Acta N° 121 del Registro Civil. Su madre, Rosa López, de 23 años, también perdió la vida junto a él.

Los Costello: arrastrados por la corriente

La familia Costello, originaria del distrito de Choya, también fue víctima de la trágica inundación de 1915. Tomás Costello, nacido el 8 de diciembre de 1857, contrajo matrimonio con Manuela Vega el 10 de mayo de 1884. Entre sus descendientes se encontraban sus hijas Pastora y Luisa, quienes perdieron la vida aquella fatídica noche. Pastora de Jesús Costello nació el 8 de septiembre de 1890 y fue bautizada el 14 de enero de 1891, según consta en el Libro 13 de Bautismo, Folio 124. Falleció el 18 de diciembre de 1915, víctima del desastre. Por su parte, su hermana Luisa Elisa Costello nació el 21 de noviembre de 1892 y recibió el bautismo el 30 de agosto de 1893, registrado en el Libro 15, Folio 51.

Con el tiempo, Luisa se casó con Bernardo Nieva, con quien tuvo un hijo, Segundo Nieva. Sin embargo, existen inconsistencias en los registros oficiales sobre su edad al momento de la tragedia. Según el Registro Civil, al fallecer en la inundación tenía 10 años.. Una situación similar ocurrió con su tía Pastora, ya que el Acta N° 126 del Registro Civil y los archivos parroquiales consignan que tenía 30 años al morir, cuando en realidad tenía 25.

Como según los registros los Costello residían en Choya, surge la incógnita de qué los llevó a estar en la villa de Andalgalá el día del desastre. Es posible que hubieran viajado en busca de provisiones o para visitar a familiares o amigos, sin imaginar que esa noche quedarían atrapados en una de las tragedias más devastadoras de la región.

Olmos, Uribio y Mercado: error en los registros y la pérdida de una generación

Otra de las familias afectadas por la trágica inundación de 1915 fue «Olmos». Teresa Ernestina Olmos nació en el departamento de Tinogasta el 27 de agosto de 1907 y fue bautizada el 1 de septiembre del mismo año. Se desconoce porque y en qué momento se instalaron en Andalgalá, seguramente buscando un mejor pasar económico por las diferentes actividades mineras en el área. El hecho es que en la noche de 18 de diciembre Teresa muere ahogada y su madre Paulina Olmos, logró salvarse junto a su otra hija, Azucena Lucrecia del Carmen.

En cuanto a la niña Luisa Uribio, fallecida en la inundación, no se encontraron registros precisos.

Testigo ocular

Tras la devastadora inundación del 18 de diciembre de 1915, el desastre ocurrido en Andalgalá captó la atención de instituciones científicas de renombre. Desde Buenos Aires, el prestigioso Museo de La Plata envió al investigador Moisés Kantor en calidad de observador y estudioso del fenómeno. Fruto de su análisis, en 1916 publicó un folleto titulado "El problema de las inundaciones en Andalgalá", un documento de nueve páginas ilustrado con fotografías que registraban las secuelas de aquel evento catastrófico. Entre las imágenes recopiladas, una en particular se ha convertido en un testimonio histórico del desastre. La fotografía, en blanco y negro, revela las huellas dejadas por la crecida del río, cuyo desborde arrasó la calle Vicente López muros y viviendas, modificando drásticamente el paisaje urbano. El agua y el lodo erosionaron el camino, dejando un sendero irregular plagado de piedras y escombros, testigos silenciosos de la tragedia.

En el sector izquierdo de la imagen, se distingue una construcción de adobe que, aunque aún en pie, muestra signos evidentes de vulnerabilidad. Su acceso parece comprometido debido al colapso parcial del suelo frente a ella. Más adelante, árboles inclinados y deformados dan cuenta de la implacable fuerza de la corriente que los azotó. Hacia la derecha, muros de ladrillo y piedra han cedido ante la furia del agua, revelando un terreno inestable y fragmentado. La vegetación desordenada y enmarañada indica la acumulación de sedimentos y restos arrastrados por la inundación.

En el fondo de la escena, algunas edificaciones todavía se mantienen erguidas, contrastando con el paisaje de destrucción en primer plano. Esta imagen no solo documenta la magnitud del desastre, sino que también refleja la fragilidad de las construcciones de la época ante los embates de la naturaleza. El desborde del río no solo transformó el entorno físico de Andalgalá, sino que dejó una marca imborrable en la memoria de sus habitantes y en la historia de la región.

La reconstrucción fue lenta y dolorosa. La pérdida del ferrocarril, sumada a la devastación de tierras productivas, dejó a la economía local en ruinas. Los agricultores y comerciantes tardaron años en recuperar sus actividades, y muchas familias nunca pudieron reponerse del todo.

Hoy, a casi 110 años de la tragedia, la historia de la inundación sigue viva en la memoria de los Andalgalenses. No solo como un testimonio del poder destructivo de la naturaleza, sino como un recordatorio de la resiliencia de un pueblo que, a pesar del dolor y la pérdida, logró reconstruirse y seguir adelante.

Revista Express
Texto: Colaboración de Claudio Benjamín Balsa

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